Al tratar de Ramírez de Alamazón y los cuantiosos ingresos de 1806 en la Librería de Cámara, señalamos que le ayudó a gestionar tan alto volumen Manuel Antonio Álvarez. En realidad, Álvarez contaba con más rango laboral que él entonces pues no era interino como Juan Crisóstomo, sino de servicio de la Real Casa y desde hacía muchos años. Seguramente por su edad, cercana a los 70 años ya, se recurrió a contratar a Ramírez, entonces afamado bibliotecario en la RAE.
Álvarez nació hacia 1735/40, en un pueblo conquense llamado Gascas. Consta por su expediente personal que a mitad de los años sesenta se ocupaba de cuidar de la librería de los Príncipes de Asturias, Don Carlos y Doña María Luisa de Parma, casados justo por entonces, en 1765, y un par de años después ya era responsable de ella. Su buen oficio hizo que en 1770 fuera asimismo bibliotecario de la de S.M.
La realidad anterior dio lugar a que se le incorporara al servicio palaciego de la Furriera. Ésta gestionaba el control y uso de todas las llaves de Palacio, por lo que su función era notable. El aposentador mayor tenía derecho a llave doble, es decir a echar doble cierre cuando se le indicara, los Ayudas solo podían echar un cierre, pero era oficio de máxima confianza regia al poseerse llave. En 1783 Carlos III le nombra mozo, sin número como tal, y ya Carlos IV en el trono le nombró de número, en febrero de 1789; un lustro después era Ayuda en la misma, pero proseguría su carrera dentro de ella. En 1801 será titular de plaza supernumeraria de Ayuda y al siguiente lo será de número, culminando así su trayectoria en la Furriera. Esta progresión habla de su reconocimiento al cargo de los libros palatinos pues en cada nombramiento seguía vinculados a ellos.
El traslado de los libros del Palacio del Buen Retiro
Se ocupó en su trayectoria del traslado de tres bibliotecas muy significativas al llamado entonces Palacio Nuevo, el actual. La primera de ellas fue la que tras el incendio del Álcazar en 1734 se formó en el palacio del Buen Retiro durante treinta años, el tiempo que vivió allí la Familia Real pues fue lo que duró la fábrica y habilitación del nuevo palacio a efectos de poder vivir en él. La Nochebuena de 1765 ya vinieron a residir los reyes y los entonces recién casados príncipes de Asturias. Era muy joven la Princesa pues contaba trece años; y Don Carlos tenía 17 años, por tanto, los libros que se fueron incorporando a sus librerías personales, distintas y diferenciadas, tenían mucho de formativos aún.
Mientras estuvo la Familia Real en el Buen Retiro, Felipe V y su hijo Fernando VI reunieron libros privadamente para la Familia Real, ya que tras el incendio de 1734 del viejo Alcázar, pasaron a ser los conservados en el pasadizo de la Encarnación únicamente de uso de la Real Pública, creada en 1711, y antes del incendio eran de uso ambivalente. El monarca fue comprando libros personales para él en almonedas parisinas, principalmente, pues tuvo a dos agentes allí al respecto que le asesoraban y adquirían en su nombre. Hasta 1744 fue el marqués de Coulanges-Mondragon, pero ese año fue relevado por monseñor Collombat, librero que proveía al rey francés y asimismo era impresor de S.M. en París.
Felipe V no tiene fama de bibliófilo pero adquirió bastante y de diversas materias. Con Fernando VI se desarrolló una interesante labor de encuadernación de lo heredado, con Antonio de Sancha principalmente, pero el incremento librario fue mínimo. Éstos últimos libros de ambos monarcas fueron los que se ordenaron traer del Buen Retiro, no en 1765, sino pocos años después, en 1769/70 ya. Se conservan índices y catálogos de los libros reales en estos años, así, de los de Carlos III al acceder al trono -es decir, de los que fueron de Fernando pues no se trajo él de Nápoles-. Se hizo luego un suplemento en sus postrimerías de reinado, en los años ochenta, y de las dos de los Príncipes.
Otros traslados: las bibliotecas de Mansilla y del chantre de Teruel
Esos libros fueron la base de la Librería de Cámara, acrecentada ya a fines de los ochenta con otros ingresos. Dos incorporaciones notables fueron las de biblioteca del conde de Mansilla, Manuel Antonio Campuzano y Peralta, y la de un culto eclesiástico conocido por “el deán de Teruel” -era chantre en realidad-, Joaquín Ibáñez García.
El ingreso de la biblioteca del conde de Mansilla
Ambas librerías se concertaron en compra en 1787. El año anterior había fallecido Mansilla, gentilhombre de Cámara de S.M., que había reunido en Segovia una librería no selecta pero voluminosa de impresos, con muchas obras de los siglos XVI y XVII de historia, militaria, ediciones de crónicas, etc. Era de trato estrecho con Don Carlos. La viuda, Ana de Peralta, la cedió en ocho mil ducados. Hubo de traérsela, carro a carro, Manuel Antonio Álvarez, según el memorial de 1790, el mismo donde señalaba antes el traslado muy anterior del fondo del palacio del Buen Retiro.
La entrada de la biblioteca del chantre de Teruel
La otra incorporación, sumando ambas unos miles de cuerpos, fue la referida del llamado chantre de Teruel. Usaba en sus libros como marca de posesión un sello en tinta, ovalado, que se creía hasta hace unos años era del gran erudito valenciano Gregorio Mayans, del que asimismo hay algunos libros suyos en la RB, en exlibris manuscrito, en latín. Fue esta confusión, tan mantenida décadas, al aparecer en su sello en tinta negra, ovalado, la G de García y la Y de Ybañez, montadas formando a la vista una M con su nombre, Joaquín. Pero un compañero de la RB ya jubilado, José Antonio Ahijado, descubrió hace años el entuerto al investigar en el AGP. La faja superior es el cachirulo aragonés, pues era de allí el chantre.
Los de Ibáñez eran libros en general de Bellas Artes, y también había muchos científicos y técnicos, como tratados de arquitectura, pues la ejercía, pero asimismo atlas, de botánica, aves, zoología, ictiología y materias similares. Su librería tenía un concepto de conocimiento, de utilidad social, muy en la mentalidad ilustrada. Suelen ser volúmenes en folio con grabados, muchas veces coloreados, adquiridos en Roma, donde permaneció tiempo, y ya caros en su época, por lo que debía tener rentas familiares ajenas a su vida eclesiástica. Esta biblioteca se la trajo Álvarez de Aranjuez a Madrid en mayo de 1788. En principio de junio, uno de los albaceas testamentarios de don Joaquín recibió los 81.705 reales acordados por la librería del chantre -suma entonces muy respetable-.
Memorial de 1790 donde Álvarez narra el traslado de importantes bibliotecas para la Librería de Cámara, en AGP, Personal de Empleados, Caja 70-exp. 20
Memorial de 1790 donde Álvarez narra el traslado de importantes bibliotecas para la Librería de Cámara, en AGP, Personal de Empleados, Caja 70-exp. 20
Marca de posesión del chantre de Teruel
Marca de posesión del chantre de Teruel
Marca de posesión del chantre de Teruel
Marca de posesión del chantre de Teruel
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Álvarez bajo los reinados de Carlos IV y José I
El año noventa, ya reinando el cuarto Carlos, llevaba además Álvarez la librería de la reina y la de los infantes. Asimismo, tenía encomendada la custodia de alhajas y la tapicería de la Real Casa. Era muy alta esta responsabilidad, más en significación cortesana que la de los libros pues la colección de tapices de la Corona de España era, y es, la más importante de Europa.
En los años últimos del reinado del cuarto Carlos, ya mayor, había visto tomar peso en la Librería de Cámara a Ramírez de Alamanzón, en la que empezó a trabajar interinamente por los grandes ingresos de 1806 pero que fue cesado en 1811 por el rey José por no ser afrancesado. Así, Álvarez hubo de mantener, en aquellos años de tribulación, la preservación de los libros reales, ya que su sobrino José Ángel, realista borbónico, había dejado su plaza en 1808 y hasta el inicio del reinado fernandino no volvió a servir en ella.
Tras las serias vicisitudes de la guerra peninsular, Álvarez prosiguió con su servicio palatino, ya mayor, y aún pudo ver entrar en Madrid a Fernando VII como monarca absolutista en mayo de 1814. Meses después moría cercano a los 80 años. Tras mayo, pudo Manuel Antonio ver, satisfecho, el regreso del sobrino a Palacio y ver que le sucedería.