Nació José Ángel en la conquense Gascas hacia 1774, como el anterior bibliotecario, su tío Manuel Antonio Álvarez. Tuvo el que nos ocupa un hermano que ejerció de tal asimismo en la Real Pública, Leandro Vicente, por tanto no fue nada extraña su inclinación profesional.
No obstante, la primera vocación fue la caligrafía y siempre conservó su gusto por ella, de hecho hay en su expediente personal documentos escritos con primor y encabezados artísticamente a plumilla.
Letra caligráfica con alardes de plumilla (Caja 54-exp. 6)
Letra caligráfica con alardes de plumilla (Caja 54-exp. 6)
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Consta ingresó en el servicio de la Casa Real en 1791 pero es cuatro años después cuando funge como escribiente calígrafo. Desde 1783 se ocupaba Manuel Antonio de las librerías de los Príncipes de Asturias, así que ello sin duda favoreció que más adelante trabajara en la fina ejecución de los índices de ellos ya como reyes, en 1799, en una primorosa labor de dibujo para el frontispicio [RB, II/2611-14]. Este trabajo tan delicioso, regio [BD Encuadernación histórica] le valió ser designado al año siguiente archivero de la Secretaría de Gracia y Justicia en la Cámara de Castilla, lo que ya reveló ser de gran confianza administrativa pues manejaba la constancia documental de todas las mercedes y gracias concedidas por la Corona, y la solicitud de ellas.
Labores en la Librería de Cámara
En 1803 se le nombra bibliotecario de Cámara, en época de la dirección del padre Fernando Scio de San Antonio, el cual ya desde 1785 estaba vinculado la formación de los Príncipes de Asturias y en general de los infantes. Un trienio después tuvo un reto José Ángel, que fue el de auxiliar a su tío Manuel Antonio, que ya contaba cerca de 70 años, para la recepción de las importantes colecciones librarías referidas en los dos textos anteriores, en 1806. Se contrató además para ese cometido, como se indicó, a Juan Crisóstomo Ramírez Alamanzón, con el que luego compartiría oficio de bibliotecario al incorporársele a la plantilla de la Real Biblioteca en 1807.
Tras ubicar dichas copiosas colecciones, especialmente la del conde de Gondomar y la de Ayala, se procedió al programa de encuadernación tras quitarse los pergaminos, para ponerles las pastas tan propias hoy de la Real Biblioteca. Hubo dos fases al respecto:
Bajo Carlos IV, en pasta goteada con su cifra real al pie de la lomera
Y otra con Fernando VII en pasta valenciana en tonos marrones y azules, mayormente
En paralelo, se ejecutaron bajo el rey Fernando exquisitas ligaciones de lujo de Santiago Martín Sanz -que controlaba las de esas pastas asimismo- y Antonio Suárez Jiménez, muy centrado en la ligación de lujo y en los estilos de moda, como de cortina, neoclásicas, etc. Tras la guerra, hubo así un programa ligatorio intenso para encuadernarse el grueso de la colección en pasta valenciana en tonos marrones y azules, mayormente.
Encuadernación de Santiago Martín. RB I/I/608
Encuadernación de Santiago Martín. RB I/I/608
Encuadernación de Antonio Suárez Jiménez. RB I/F/450
Encuadernación de Antonio Suárez Jiménez. RB I/F/450
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Bajo el bonapartismo y los Borbones posteriores
Al llegar al trono José Bonaparte, no quiso servirle por ser firme realista y en noviembre de 1808 deja su plaza para a mitad del año siguiente salir de Madrid y formar parte del Batallón de Voluntarios Realistas de Buenache, en Cuenca, del que fue su primer comandante por su capacidad organizativa. El tiempo del período francés fue de acción militar, muy distinto de su actividad palatina con los libros.
Se reincorporaría a la Real Biblioteca el mismo día que entró en Madrid Fernando VII y lo primero que hizo fue reunir libros dispersos por Palacio. Viudo, y persona de porte, casó en segundas nupcias con la hermana del marqués de Palacios en 1830, Antonia de Villarroel, pero siguió con su servicio real tras darle licencia el monarca para la boda.
José Ángel era muy minucioso en su trabajo. Así, al incorporarse los libros adquiridos por los infantes en Valençay entre 1808 y 1814 hizo índice de todos ellos. En febrero de 1817 asumió el control de las bibliotecas del infante Don Carlos -muy nutrida- y de la reina Isabel de Braganza. Hubo en la planta de la Real Biblioteca otros bibliotecarios, José Medina, José Gregorio Zaragoza, José Faraldo y Baldiri Riera, éste al cargo del monetario a cambio de ceder su colección de monedas al monarca, pero nuestro hombre cobraba cada año más peso. Se le solicitará a él, así, al morir Fernando VII, inventario y tasación de su biblioteca de Cámara. Pero este esfuerzo y el ya contar con 60 años decidió su jubilación, cesando como primer bibliotecario de Cámara de la nueva persona soberana, la reina Isabel II. Le sucedió el secretario de la mayordomía, Salvador Enrique Calvet.
Cuidadoso como decimos, hay un índice suyo de obras faltas en la Real Biblioteca, realizado en 1824/25, y ejecutó otros de otra índole en 1820. Trabajó preparando el de la inminente reina Isabel, en 1832, en un borrador que dedicó a la reina María Cristina, pero al tener abandonar su plaza quedó tal cual. Años después, en 1849, ya con 75 años, prueba de la gran confianza que se le tenía en el seno de la Casa Real, se le designa administrador del Real Sitio de san Lorenzo del Escorial, desempeñándose hasta 1854, cruzados los 80 años, el mismo año de su muerte. Sin embargo, al no tener oficio real de 1834 a 1849, se le contabilizaron en su expediente solo 44 años de servicio y no 60, aunque siempre había estado a disposición de la Casa Real.
No solo era detallista bibliotecario sino persona culta, ya que fue académico honorario de la Real Academia de San Carlos, en Valencia, y en Murcia miembro de la Real Sociedad de Amigos del País.
Jura como administrador del Real Sitio de San Lorenzo del Escorial (AGP, Personal de Empleados, Caja 54-exp. 6)
Jura como administrador del Real Sitio de San Lorenzo del Escorial (AGP, Personal de Empleados, Caja 54-exp. 6)
Mano y firma autógrafa (en AGP, Personal de Empleados, Caja 54-exp. 6)
Mano y firma autógrafa (en AGP, Personal de Empleados, Caja 54-exp. 6)
Al tratar de Ramírez de Alamazón y los cuantiosos ingresos de 1806 en la Librería de Cámara, señalamos que le ayudó a gestionar tan alto volumen Manuel Antonio Álvarez. En realidad, Álvarez contaba con más rango laboral que él entonces pues no era interino como Juan Crisóstomo, sino de servicio de la Real Casa y desde hacía muchos años. Seguramente por su edad, cercana a los 70 años ya, se recurrió a contratar a Ramírez, entonces afamado bibliotecario en la RAE.
Álvarez nació hacia 1735/40, en un pueblo conquense llamado Gascas. Consta por su expediente personal que a mitad de los años sesenta se ocupaba de cuidar de la librería de los Príncipes de Asturias, Don Carlos y Doña María Luisa de Parma, casados justo por entonces, en 1765, y un par de años después ya era responsable de ella. Su buen oficio hizo que en 1770 fuera asimismo bibliotecario de la de S.M.
La realidad anterior dio lugar a que se le incorporara al servicio palaciego de la Furriera. Ésta gestionaba el control y uso de todas las llaves de Palacio, por lo que su función era notable. El aposentador mayor tenía derecho a llave doble, es decir a echar doble cierre cuando se le indicara, los Ayudas solo podían echar un cierre, pero era oficio de máxima confianza regia al poseerse llave. En 1783 Carlos III le nombra mozo, sin número como tal, y ya Carlos IV en el trono le nombró de número, en febrero de 1789; un lustro después era Ayuda en la misma, pero proseguría su carrera dentro de ella. En 1801 será titular de plaza supernumeraria de Ayuda y al siguiente lo será de número, culminando así su trayectoria en la Furriera. Esta progresión habla de su reconocimiento al cargo de los libros palatinos pues en cada nombramiento seguía vinculados a ellos.
El traslado de los libros del Palacio del Buen Retiro
Se ocupó en su trayectoria del traslado de tres bibliotecas muy significativas al llamado entonces Palacio Nuevo, el actual. La primera de ellas fue la que tras el incendio del Álcazar en 1734 se formó en el palacio del Buen Retiro durante treinta años, el tiempo que vivió allí la Familia Real pues fue lo que duró la fábrica y habilitación del nuevo palacio a efectos de poder vivir en él. La Nochebuena de 1765 ya vinieron a residir los reyes y los entonces recién casados príncipes de Asturias. Era muy joven la Princesa pues contaba trece años; y Don Carlos tenía 17 años, por tanto, los libros que se fueron incorporando a sus librerías personales, distintas y diferenciadas, tenían mucho de formativos aún.
Mientras estuvo la Familia Real en el Buen Retiro, Felipe V y su hijo Fernando VI reunieron libros privadamente para la Familia Real, ya que tras el incendio de 1734 del viejo Alcázar, pasaron a ser los conservados en el pasadizo de la Encarnación únicamente de uso de la Real Pública, creada en 1711, y antes del incendio eran de uso ambivalente. El monarca fue comprando libros personales para él en almonedas parisinas, principalmente, pues tuvo a dos agentes allí al respecto que le asesoraban y adquirían en su nombre. Hasta 1744 fue el marqués de Coulanges-Mondragon, pero ese año fue relevado por monseñor Collombat, librero que proveía al rey francés y asimismo era impresor de S.M. en París.
Felipe V no tiene fama de bibliófilo pero adquirió bastante y de diversas materias. Con Fernando VI se desarrolló una interesante labor de encuadernación de lo heredado, con Antonio de Sancha principalmente, pero el incremento librario fue mínimo. Éstos últimos libros de ambos monarcas fueron los que se ordenaron traer del Buen Retiro, no en 1765, sino pocos años después, en 1769/70 ya. Se conservan índices y catálogos de los libros reales en estos años, así, de los de Carlos III al acceder al trono -es decir, de los que fueron de Fernando pues no se trajo él de Nápoles-. Se hizo luego un suplemento en sus postrimerías de reinado, en los años ochenta, y de las dos de los Príncipes.
Otros traslados: las bibliotecas de Mansilla y del chantre de Teruel
Esos libros fueron la base de la Librería de Cámara, acrecentada ya a fines de los ochenta con otros ingresos. Dos incorporaciones notables fueron las de biblioteca del conde de Mansilla, Manuel Antonio Campuzano y Peralta, y la de un culto eclesiástico conocido por “el deán de Teruel” -era chantre en realidad-, Joaquín Ibáñez García.
El ingreso de la biblioteca del conde de Mansilla
Ambas librerías se concertaron en compra en 1787. El año anterior había fallecido Mansilla, gentilhombre de Cámara de S.M., que había reunido en Segovia una librería no selecta pero voluminosa de impresos, con muchas obras de los siglos XVI y XVII de historia, militaria, ediciones de crónicas, etc. Era de trato estrecho con Don Carlos. La viuda, Ana de Peralta, la cedió en ocho mil ducados. Hubo de traérsela, carro a carro, Manuel Antonio Álvarez, según el memorial de 1790, el mismo donde señalaba antes el traslado muy anterior del fondo del palacio del Buen Retiro.
Exlibris del IV Conde de Mansilla
La entrada de la biblioteca del chantre de Teruel
La otra incorporación, sumando ambas unos miles de cuerpos, fue la referida del llamado chantre de Teruel. Usaba en sus libros como marca de posesión un sello en tinta, ovalado, que se creía hasta hace unos años era del gran erudito valenciano Gregorio Mayans, del que asimismo hay algunos libros suyos en la RB, en exlibris manuscrito, en latín. Fue esta confusión, tan mantenida décadas, al aparecer en su sello en tinta negra, ovalado, la G de García y la Y de Ybañez, montadas formando a la vista una M con su nombre, Joaquín. Pero un compañero de la RB ya jubilado, José Antonio Ahijado, descubrió hace años el entuerto al investigar en el AGP. La faja superior es el cachirulo aragonés, pues era de allí el chantre.
Los de Ibáñez eran libros en general de Bellas Artes, y también había muchos científicos y técnicos, como tratados de arquitectura, pues la ejercía, pero asimismo atlas, de botánica, aves, zoología, ictiología y materias similares. Su librería tenía un concepto de conocimiento, de utilidad social, muy en la mentalidad ilustrada. Suelen ser volúmenes en folio con grabados, muchas veces coloreados, adquiridos en Roma, donde permaneció tiempo, y ya caros en su época, por lo que debía tener rentas familiares ajenas a su vida eclesiástica. Esta biblioteca se la trajo Álvarez de Aranjuez a Madrid en mayo de 1788. En principio de junio, uno de los albaceas testamentarios de don Joaquín recibió los 81.705 reales acordados por la librería del chantre -suma entonces muy respetable-.
Memorial de 1790 donde Álvarez narra el traslado de importantes bibliotecas para la Librería de Cámara, en AGP, Personal de Empleados, Caja 70-exp. 20
Memorial de 1790 donde Álvarez narra el traslado de importantes bibliotecas para la Librería de Cámara, en AGP, Personal de Empleados, Caja 70-exp. 20
Marca de posesión del chantre de Teruel
Marca de posesión del chantre de Teruel
Marca de posesión del chantre de Teruel
Marca de posesión del chantre de Teruel
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Álvarez bajo los reinados de Carlos IV y José I
El año noventa, ya reinando el cuarto Carlos, llevaba además Álvarez la librería de la reina y la de los infantes. Asimismo, tenía encomendada la custodia de alhajas y la tapicería de la Real Casa. Era muy alta esta responsabilidad, más en significación cortesana que la de los libros pues la colección de tapices de la Corona de España era, y es, la más importante de Europa.
En los años últimos del reinado del cuarto Carlos, ya mayor, había visto tomar peso en la Librería de Cámara a Ramírez de Alamanzón, en la que empezó a trabajar interinamente por los grandes ingresos de 1806 pero que fue cesado en 1811 por el rey José por no ser afrancesado. Así, Álvarez hubo de mantener, en aquellos años de tribulación, la preservación de los libros reales, ya que su sobrino José Ángel, realista borbónico, había dejado su plaza en 1808 y hasta el inicio del reinado fernandino no volvió a servir en ella.
Tras las serias vicisitudes de la guerra peninsular, Álvarez prosiguió con su servicio palatino, ya mayor, y aún pudo ver entrar en Madrid a Fernando VII como monarca absolutista en mayo de 1814. Meses después moría cercano a los 80 años. Tras mayo, pudo Manuel Antonio ver, satisfecho, el regreso del sobrino a Palacio y ver que le sucedería.
Firma de Manuel Antonio Álvarez. AGP, Personal de Empleados, Caja 70-exp. 20
En 1806 se produjeron diversos ingresos en la Real Biblioteca, librería de Cámara todavía, que fueron de singular relevancia. Se ocupó de recepcionarlos Juan Crisóstomo Ramírez Alamanzón, entonces oficial interino. Destacaron por su volumen y significación las colecciones del I conde de Gondomar y la americanista de Manuel José de Ayala, ambas ricas en manuscritos. Los otros fondos fueron los de los Colegios Mayores de Salamanca, los de la Secretaría de Gracia y Justicia de Indias, con la referida de Ayala, más las americanistas asimismo de Juan Bautista Muñoz, José Antonio de Areche o la de Dionisio de Alcedo Herrera. También ingresó el fondo de manuscritos de Francisco de Zamora, tan importante para el XVIII catalán.
No estuvo solo Alamanzón a la hora de integrar estos cuantiosos fondos y hubo otros servidores en la real casa en ello, como José Ángel Álvarez Navarro, que era bibliotecario de Cámara desde julio de 1803. Esta intensa labor, sobre todo su trabajo con la biblioteca gondomariense por su volumen, le valió a Ramírez la obtención de su plaza definitiva. Bajo Carlos III no había sido grande la Librería de Cámara, y hubo poco incremento con respecto a Fernando VI. Así, esos amplios ingresos de 1806 fueron de carácter fundamental para la dimensión luego definitiva de la Real Biblioteca.
Perfil biográfico
Nació Alamanzón en un pueblecito conquense, Aleguilla, hacia 1760, recibiendo buena formación. Era presbítero cisterciense desde 1781, y sería un hombre destacado en letras, llegando a académico de la Real Academia Española, y además secretario perpetuo y pronto en ella bibliotecario, hasta noviembre de 1808. En 1803 se sumaría a la de la Historia, siendo clave para ello su estudio de investigación sobre Fernando IV el Emplazado. Incluso, se incorporaría a la de Bellas Artes de San Fernando en 1806 por su erudición artística. Desde 1804 desempeñó una intensa labor en la RAH, como con el proyecto de la Sala de Antigüedades arqueológicas, y en las sesiones en las que participó desde entonces se mostró activo. Ejerció cometidos eclesiásticos, pero le atraía mucho más la vida erudita en la corte. Lucía sólida instrucción obtenida en la Universidad de Valencia, en tiempo de prestigio académico de ella con los influjos de Pérez Bayer y Cerdá y Rico, asimismo personalidades importantes en la Real Biblioteca Pública.
Su carrera tuvo despegue cuando fue nombrado secretario de cámara del Inquisidor General en 1793. Pero creció su nombradía, verdaderamente, como bibliotecario en la RAE, siendo a la par canónigo en la Iglesia de Palencia. Su detallado índice de la Biblioteca académica llamó la atención, siendo así propuesto años más tarde para trabajar en la biblioteca real privada. Llegaría Alamanzón en unos años a ser bibliotecario mayor de las dos reales bibliotecas, la de Cámara de S.M. y la Pública.
Firma autógrafa
Firma autógrafa
Nombramiento
Nombramiento
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Trabajos de encuadernación
Tras los cuantiosos y notables ingresos de 1806 bajo Carlos IV, durante la ocupación francesa se siguió trabajando con normalidad en la Real Privada, así, ejecutándose encuadernaciones para el soberano galo por parte de los ligadores de cámara. Las alteraciones vendrían en los últimos tiempos franceses, las cuales neutralizó con habilidad Juan Crisóstomo hasta su cese. Pero Ramírez, aún con Carlos IV, potenció un intenso programa de encuadernación al quitarse mayoritariamente los pergaminos de las piezas ingresadas en aquel 1806, poniéndose unas pastas muy características de la biblioteca palatina, ejecutadas en el llamado Taller de Juego de Pelota, una dependencia real ubicada fuera de Palacio, que se salvaría a la reforma urbanística de José Bonaparte con respecto a la Plaza de Oriente, pues aún subsistía el edificio bajo Fernando VII, desarrollándose con este monarca una nueva fase ligatoria. Se llamaba así pues ese edificio alargado se levantó para que jugar al frontón y a la pelota a pie siendo Felipe IV joven, pero pervivió a los sucesivos reinados.
El Juego de Pelota en el plano de Texeira, 1656
El Juego de Pelota en el plano de Texeira, 1656
Cifra Real de Carlos IV
Cifra Real de Carlos IV
Pasta goteada en verde
Pasta goteada en verde
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Se consideraba entonces que el pergamino flexible hispano, propio de los siglos XVI y XVII, no eran unas cubiertas sólidas ni apropiadas para la Librería de Cámara. Alamanzón se ocupó del primer período de encuadernación del Taller bajo el cuarto Carlos, con pastas goteadas en marrón y en verde, luciendo en la lomera la cifra real del monarca, al pie. Luego se continuó esta labor. Gracias a esta tarea ligatoria, incluso bajo el reinado josefino se puede valorar de sobresaliente la labor de Ramírez.
En cambio, se tiró entonces el Pasadizo de la Encarnación, una galería en dos plantas sobre la plaza, donde estaban los libros reales antes de ser trasladados por orden del monarca francés al convento de la Trinidad Calzada. En octubre de 1812 se le repuso a Ramírez como bibliotecario mayor de la Real Pública, pero el tres de diciembre hubo de abandonar por el regreso momentáneo del poder francés. En marzo del año siguiente, dada su crítica situación personal, hubo de peticionar oficialmente desde fuera de Madrid ayuda económica a la Regencia del Reino, hasta su reposición definitiva a principios de junio de 1813. En abril del año siguiente, se preocupaba de que estuviesen bien dispuestos los libros de S.M. antes de la solemne entrada del rey Fernando, por lo que reclamó por escrito las llaves para acceder a dependencias palatinas y recogerlos para ubicarlos en su sitio, la aún Librería de Cámara. Pronto moriría cerca de Madrid, en Griñón.