Alonso de Padilla, librero real de Felipe V

Pedro José Alonso y Padilla (fin del XVII-1771) fue una de las personalidades más singulares del Madrid de la primera mitad del XVIII. La capital de la Monarquía contó en los años cincuenta, en pleno apogeo del negocio librario de Padilla, con una cincuntena de librerías, referenciadas en el Diario curioso-erudito, y comercial, público y económico (1758). Se situaban muy en el entorno de la Puerta del Sol, la Plaza Mayor y en cercanías al Palacio Real. La primera y aledaños era el principal foco de venta de libros, concentrando a Esparza, Escribano, Castro; el importante Mena en Carretas, y otros en la del Correo, la Paz, Montera, etc. Padilla se situaba en su establecimiento muy cerca de la plaza de Santa Cruz, en la calle de Santo Tomás, alargada, que pegaba asimismo al inicio de la calle de Atocha y colindaba con la plazuela del Ángel.

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Todos esos libreros, de distinto rango, competían entre sí en un espacio urbano muy acotado. Padilla fue hombre total del libro, ya que  además de librero fue impresor, editor y encuadernador. Tuvo notable fama en aquel Madrid de las primeras décadas del XVIII, el de Felipe V. Tras morir cayó en el olvido, hasta llegar el siglo XX.

La recuperación contemporánea de Alonso y Padilla

Se censan una treintena de libreros reales a lo largo de los tiempos pero en el listado de Agulló y Cobo de su tesis doctoral sobre La imprenta y el comercio de libros en Madrid de los siglos XVI al XVIII (1992), aparece Padilla el primero, prueba de su relieve.

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El primero que se ocupó de él fue otro insigne colega suyo, Antonio Palau, el autor del Manual del librero hispano-americano. En los años veinte consiguió adquiriruno de sus folletos publicitarios (Memorias, 1935, pp. 462-63)  característicos, de 1747, con los adjetivos propagandísticos que tanto usaba Padilla: “famosa librería”, “libros exquisitos” e hizo una edición para  biblófilos estudiosos, en papel de hilo, de 200 ejemplares, Un folleto raro del librero de Madrid don Pedro Jospeh Alonso Padilla, en formato reducido. No obstante, dos ejemplares del raro original hay en BNE: VE/1462/2 y VE/1257/18, éste falto. Estos folletos de pocas hojas los insertaba de vez en cuando Padilla en sus ediciones para dar a conocer su surtido de fondo. Más tarde, Francisco Vindel, librero y bibliógrafo, en El librero español: su labor… (Madrid, 1934), y luego en detalle en un artículo, (“Un gran editor y librero del siglo XVIII”, Játiva (1943, pp. 22-25), refiere bastantes de los libros en venta recogidos en el folleto referido. 

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Antonio Rodríguez-Moñino, le abordó después en su Historia de los catálogos de librería españoles (1661-1840) de 1945 (reed. 1966), dedicando a Padilla crítica por su carácter: “enfatuado y henchido de presunción”, de “soberbia vanidosa”. Pero subrayaba que tenía gusto y conocimiento de la literatura castellana, en especial áurea, ponderando los autores y títulos de sus ediciones del Siglo de Oro (pp. 34-35). Por último, un librero ovetense, José Manuel Valdés reeditó (1979) en tirada de 300 ejemplares, ahora en cuarto menor, el citado Catálogo de libros exquisitos de la famosa librería castellana de don Pedro Joseph Alonso y Padilla, con noticia preliminar.

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Librero de cámara de S.M. y más pretensiones


Pero centrémonos en la persona y su ascenso progresivo. Nació Padilla a fines del XVII pues en 1716 ya se le menciona activo. Antes de ser designado librero de cámara del rey Felipe (1732), tenía por tanto ntensa trayectoria como editor, impresor y librero. Prolífico, tuvo años de cuatro ediciones empleaba el escudo de los Padilla: las tres sartenes largas y sobre ellas tres medias lunas, el emblema heráldico de los Padillas aludiendo a la victoria en Játiva sobre los musulmanes del portugués Pedro de Padilla, siendo posible antepasado suyo. De ahí tal vez una de las claves del fuerte orgullo que tenía Padilla.

Constan ediciones desde el año veinte, diversas, como el Romancero espiritual de Lope de Vega o un libro profesional, el de Bermúdez de Pedraza, El Secretario del Rey, que fue seguramente el primer libro suyo. Siguieron Quevedo, Cervantes…

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Se presentaba como especialista en libros castellanos, denominándose Librería castellana. En sus folletos-catálogo había historias de España, de sus Indias, de reinos diversos, crónicas de reyes, de ciudades, nobiliarias, eclesiásticas, de Órdenes Militares, libros profesionales para secretarios, embajadores, ministros, militares, de navegación, comercio, genealogías, de monta a la gineta y brida, de caza, historias naturales, y especialmente literatura de todo género: novelas, comedias y poesía,  incididendo en Lope de Vega. En fin “libros exquisitos, que no se hallarán en otra parte” subrayaba ufano.

Antes del nombramiento regio eran destacadas sus obras históricas y literarias, como se ha indicado, de autores áureos especialmente. Siempre para consumo, por lo que no empleaba excelente papel ni cuidada tipografía. Estas tiradas eran en octavo y cuarto menor por ser muy de lectura, aunque en las históricas procuraba aunar el interés de los eruditos con la demanda popular. Las tiradas no eran amplias pues buscaba venderla toda.

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Su temprano acierto en elegir obras de calidad junto a sus fuertes ventas le hicieron afamado aunque su ego lo potenció. Fue así pionero en autopromoción, exaltando su labor de cara a sus clientes. Por ello quiso ser librero real, para impulsar su actividad. En su expediente del Archivo General de Palacio [Caja 35-exp. 5] consta que juró el oficio en diciembre de 1732 ante el sumiller de corps real, el duque de Frías, Agustín Fernández de Velasco, como librero de cámara supernumerario y sueldo asignado.

No satisfecho, Padilla movió en 1734 su pretensión de ser miembro de la Furriera real, apelando entonces al borbonismo familiar. En el expediente se remite a su padre Francisco, muerto de un pistoletazo en la Plaza de la Villa en 1706 por ser borbónico, defensor de Felipe V, como decía podía testimoniar el marqués de Villena -uno de los fundadores de la RAE, Mercurio Antonio López Pacheco, mayordomo mayor de S.M.; y además sus dos hermanos también murieron por la causa del monarca. No consta en el expediente si se le agració con el oficio, aunque es muy posible dados estos antecedentes, aparte méritos.

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Su temprano acierto en elegir obras de calidad junto a sus fuertes ventas le hicieron afamado aunque su ego lo potenció. Fue así pionero en autopromoción, exaltando su labor de cara a sus clientes. Por ello quiso ser librero real, para impulsar su actividad. En su expediente del Archivo General de Palacio [Caja 35-exp. 5] consta que juró el oficio en diciembre de 1732 ante el sumiller de corps real, el duque de Frías, Agustín Fernández de Velasco, como librero de cámara supernumerario y sueldo asignado.

Los miembros de la Furriera se ocupaban del mantenimiento de los enseres palatinos y también de los libros, presentes en el Pasadizo de la Encarnación y que unía el viejo Alcázar con el Monasterio. A fines de ese 1734 ocurrió el voraz incendio alcazarino y ordenó el monarca que los libros, salvados, pasaran a constituirse en Librería Pública, aunque desde 1711 se podían consultar por eruditos. Los futuros libros de cámara de los que debía ocuparse Padilla en su provisión y tal vez en su conservación, por tanto, serían los del Buen Retiro, donde residiría la Familia Real. 

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Felipe V trajo unos seis mil libros de Francia y en París tenía dos agentes cualificados para compras. Entre 1733 y 1744remitía el marqués de Coulanges-Mondragon al monarca ejemplares, aunque en 1746 era monseñor Jacques-François Collombat, librero e impresor del rey de Francia, quien lo hacía. Ambos eran buenos conocedores de libro francés. Padilla, entre tanto, en Madrid debía proveer asimismo, y seguramente asesoró en esas adquisiciones parisinas en libro español antiguo, al dominar las viejas ediciones castellanas.

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Los padillas de Patrimonio Nacional

En la RB se hallan once ediciones padillenses. Van desde obras religiosas y bíblicas, a novelas costumbristas, incluso de picaresca, de ámbito madrileño particularmente. Entre las primeras, sobre el profeta Daniel o un ejercicio de perfección de virtudes cristianas (1729 y 1754 respectivamente, éste en el Monasterio de la Encarnación), y entre las segundas, La mogiganga del gusto en seis novelas de Andrés del Castillo (1734) o Las aventuras del bachiller Trapaza de Castillo Solórzano en su segunda impresión (1733). Y además, por ejemplo, un clásico como la Dorotea de Lope (1736), en dos volúmenes, un manual de secretarios reales muy de referencia, el de Bermúdez de Pedraza en su tercera impresión (1720), una defensa del rey Don Pedro el Justiciero (1750), la de Fernando de Ayora, e incluso un tratado de veterinaria de García Cabero con el curioso título de Curación racional de irracionales (1728). La disparidad cronológica es amplia y se observa que ya estaba activo en efecto en 1720.

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Así, vemos libros de uso profesional (secretarios, veterinarios), erudito (la historia real), de ocio en novelas madrileñistas o religioso-bíblicas. Es decir, todo un abanico de consumo librario demandado en aquel Madrid diverso de mitad el XVIII, lo que revela su olfato para dar a los lectores lo que buscaban. Los ejemplares palatinos tienen diversas procedencias: algunos del conde de Mansilla, el bibliófilo segoviano gentilhombre de cámara desde 1750, Manuel Antopnio Campuzano y Peralta (1728-1786), cuya librería se adquirió tras morir siendo aún Príncipe  Asturias Carlos IV, caso del de La mogiganga del gusto (RB, IX/5668) el del bachiller Trapaza (RB, IX/5152) o el manual de secretarios de Bermúdez (RB, IX/8281), con su exlibris heráldico; otro procedente de la biblioteca amplísima del infante don Antonio, el hermano de Carlos IV, como el de vetirnaria (RB, X/459), pues lleva su sello con sus iniciales: “S.D.S.Y.D.A.”; también alguno parece era de gusto regio por su contenido, como los dos cuerpos de la Dorotea lopesca, que lucen exlibris de la reina María Cristina de Borbón, la viuda de Fernando VII (RB, IX/5047-48). 

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La época dorada de Padilla


Fueron sin duda los años cuarenta y cincuenta los mejores suyos. En 1750 publicó con éxito el Quijote, a la vez que editó la Vida de Cervantes de Mayans -aparecida en 1738 frente al Quijote inglés de Tonson [biblionumber=67660], siguiendo dos ediciones más del Quijote (1751, 1764). En el bienio 1750 y 1751 no cesaron sus obras históricas de tirón, como una Vida del duque de Alba don Fernando, la de Rustant.


En una nota biográfica del CCPB se le data activo como librero real entre 1733 y 1751, no muriendo hasta 1771, pero hasta 1765 al menos estuvo trabajando. Aparte la labor editorial, la venta en su librería de santo Tomás era intensa al ser del gusto de eclesiásticos eruditos, secretarios reales, comerciantes burgueses y en general de un público acomodado.

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Palau recoge que encuadernaba para esos clientes, con taller propio, y que redactó un Arte para saber con curiosidad enquadernar, pero Vicente Castañeda, en su repertorio de encuadernadores españoles (BRAH, 1957, pp. 476-477) no cree lo escribiera, y era vanidad. Lo califica, eso sí, activo como restaurador. Se recoge también que dejó manuscrito un Arte para saber tassar librerías, curioso sin duda.

Padilla, se nos presenta, con sus aristas en el mundo del libro madrileño en la primera mitad del XVIII como un “hombre del libro total” y precursor de la propaganda editorial, mostrando así un perfil bastante moderno en comparación a sus colegas, siendo innovador pese a su carácter.

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