Un manuscrito árabe lleno de colorido: Libro Utilidades de los animales

 

Una de las obras emblemáticas de la Biblioteca del Real Monasterio de El Escorial, de Patrimonio Nacional, es un manuscrito árabe con preciosísimas ilustraciones de animales que ha formado parte de las primeras obras expuestas en la Galería de las Colecciones Reales. Se trata de un manuscrito de enorme valor, de mediados del siglo XIV con signatura Árabe 898.

El título original en árabe es Kitāb Manāfiʿ al-ḥayawān, كتاب منافع الحيوان, cuyo traducción es Libro [de las] Utilidades de los animales y cuya característica más sobresaliente es, sin duda, la inclusión de 90 figuras de algunos de los animales que se citan y se distribuyen a lo largo de todo el texto.

 

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La representación de figuras en textos manuscritos es, sin duda, insólita en el mundo islámico no chií, aunque hay que subrayar que, en este caso, no hay representación de figuras humanas sino de animales. Acerca de la prohibición de reproducir imágenes de personas no hay una prohibIaición expresa en el Corán, pero al parecer si la hay en la sunna, la tradición. Esto se basa en la idea de que la representación de la figura humana no se debe entender como una copia, o intento de copia de la creación, que es patrimonio exclusivo de Dios.

Visualmente nos encontramos ante un texto bien escrito, de cuidada y clara caligrafía, con una bella apariencia estética que nos hace pensar que probablemente fuera una copia de presentación para algún personaje de importancia de la época, a quien se le dedicaría para su biblioteca.

El manuscrito nos ha llegado sin el comienzo del texto, que seguramente incluiría una introducción donde el autor explicaría los motivos que dieron lugar a la realización de la obra, según el uso de la práctica totalidad de los manuscritos y textos escritos en árabe.

Sin embargo, hay dos personas relacionadas con la realización del mismo:

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  • En primer lugar Ibn al-Durayhim (pequeñito dirham) al-Mawṣilī  (1312-1361) a quien conocemos por el colofón donde se afirma que “ʿAlī ibn Muḥammad ibn ʿAbd al-ʿAzīz ʿAlī Fatḥ ibn al-Durayhim al-Mawṣilī  se ocupó de reunir” el texto. Esta expresión le señala como responsable de su elaboración, pero también indica el carácter de recopilación que tiene la obra y, por tanto, la dependencia o relación de este con respecto a otros anteriores, que Ibn al-Durayhim resumió o reordenó. Esta labor de compilar obras era muy habitual en aquella época y lleva consigo una sistematización de ideas o clarificación de textos

     

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Natural de Mosul como indica su patronímico, Ibn al-Durayhim fue extraordinariamente inteligente. Vivió entre El Cairo, Bagdad, Damasco (donde fue profesor en su mezquita omeya) y Alepo y fue una figura cercana al sultán mameluco de la época. Fue físico, naturalista, matemático y gramático. Asimismo, fue especialista en economía y pionero en la ciencia de la criptografía. Sus obras son de carácter enciclopédico y también se le atribuyen libros de magia.

Parece claro, en lo que se refiere a este manuscrito, que su trabajo consistió en reunir u ordenar material e incluso en ilustrar el libro, aunque no hay certeza sobre esto último. La aparición de su nombre en el manuscrito ha hecho que la atribución a él haya sido unánime por parte de los especialistas.

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  • En segundo lugar, el autor, a quien conocemos por un texto del British Museum, N. 2784, que es prácticamente igual que el manuscrito de El Escorial. Conserva el comienzo, íncipit, y en él se afirma que la obra es de Ibn Baḫtišu y que el autor completa los principios de capítulos, donde se describen el carácter de los animales, con notas tomadas de Aristóteles.

    ʿUbayd Allāh ibn Ǧibrīl ibn ʿUbayd Allāh Ibn Baḫtišu, (m 1058) pertenecía a una importante familia de médicos, oriunda de Siria, de religión cristiana nestoriana. Conocía la obra de Dioscórides, a través de las traducciones de Ḥunayn ibn Isḥāq, y también la de otro autor menos conocido llamado ʿ Īsá ibn ʿAlī, que escribió una obra parecida, Libro de las utilidades de los miembros de los animales, que puede ser la base más próxima para esta obra. En el texto también aparecen otros nombres de autores tan famosos como Kasuqaratis o Xenocrates de Afrodisias (siglo I).

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Temática y estructura

Se trata de una obra difícil de clasificar. Sin embargo, está clara su adscripción al género de adab, una literatura propia del mundo arabo-islámico, textos de carácter enciclopédico sobre una idea central en cualquier tema que resulte de interés.

 

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En este caso, los protagonistas son los animales y en cada capítulo se sigue un patrón. En primer lugar, se describen sus características -en muchas ocasiones siguiendo a Aristóteles, como explica el autor en la introducción- su carácter, para a continuación resaltar cómo se pueden aprovechar todas las partes del animal.

Los especialistas la consideran una obra de medicina al contener elementos zoológicos, médicos y folclóricos. También como una obra de farmacopea, pues incluye recetas que benefician algunos males de los humanos; o de medicina homeopática, de carácter marcadamente popular, con muchos datos dietéticos.

La relación de utilidades sigue una ordenación bastante regular, y tiene en cuenta los diversos órganos de los animales. Por ejemplo: carne, bilis, grasa, hígado, huesos de la cabeza, sangre, leche, médula, etc.

Los animales están distribuidos en nueve partes:

  • Animales domésticos: carnero y cordera, cabra y macho cabrío, buey, búfalo, camello, elefante, caballo, asno doméstico, jabalíes.
  • Animales salvajes correspondientes a los domésticos, comestibles: Ciervo, liebres, carnero salvaje, cabras salvajes, buey salvaje, onagro, gacela.
  • Fieras domesticadas y salvajes: León, lobo, oso, leopardo, perros, zorros, gatos monteses, pantera, monos, lagarto, cocodrilo, unicornios.
  • Aves domésticas y salvajes de carne comestible: gallo y gallinas, oca y pato, faisán, gangas, garzas, ardea y alcoraván, pavo real, cigüeña, avestruz, variedades de palomas, gallina campestre, gorriones, estorninos.
  • Aves de presa y otros animales no comestibles: águilas, halcón, gavilán, milano, halcón, pelícano, alimoche, búho, urraca, grajo, cuerzo, abubilla, gálgulos, palomas marinas, langostas, avispas.
  • Peces y animales acuáticos.
  • Animales voladores sin sangre: langosta, gavones, avispas, insectos, moscas, pulga, mosquito y cantaridas.
  • Animales con concha: tortugas, cangrejos, rana.
  • Reptiles y animales que reptan: reptiles, alacranes, salamandra, lagarto, ciempiés, hormigas, grillos, escarabajos, hormigas, piojos, hurón, gusano.
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Características de las figuras

Las imágenes tienen unas características interesantes que resaltamos a continuación:

  • En primer lugar, aparecen en el contexto del texto que les corresponden y complementan el discurso narrativo. Así es mucho más fácil comprender las características del animal mencionado si a continuación aparece su representación visual.
  • Distribución adecuada del espacio, pues se combinan la caja del texto, el margen y la ilustración haciendo que se destaquen las proporciones de los animales.
  • En esta distribución de espacios, se aprecia perfectamente que cuando se habla de un animal y la imagen que corresponde no cabe en el hueco disponible de la página, se opta por colocar un recuadro, unwan, con el título del animal en el poco espacio que queda en la página, dejando al comienzo de la siguiente la imagen del animal.

     

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  • Se presentan en rectángulos con fondo dorado. Dicho rectángulo está enmarcado por uno o varios filetes, el externo de color azul. Algunos de ellos a página completa.
  • Muchos de los animales incluyen su nombre en español, francés, o latín. Esta adicción es un añadido posterior, ajeno totalmente a la concepción de la obra original. Muy posiblemente esta escritura corresponda a David Colville, del que hablaremos después, para clarificar el nombre del animal si hubiera alguna duda sobre ello. También algunos con escritura de color blanco en árabe.
  • Casi todos los animales se presentan de perfil, hacia la izquierda, con excepciones, como el burro, que tiene la cabeza vuelta hacia atrás. Las aves, de dos en dos, se miran enfrentadas entre sí.
  • Prácticamente todos los cuadrúpedos están en posición de marcha [búfalo, camello, caballo, burro, cerdos, ciervo]

     

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  • Es evidente la influencia oriental en algunas figuras, como el elefante, que recuerda mucho a las imágenes de la India; y las dos garzas, con posible influencia china, rodeadas por plantas que animan el fondo.
  • Representación de animales mitológicos como el unicornio.
  • Realismo de los animales representados y ausencia de paisajes. Solo en ocasiones contadas aparece en la parte superior del recuadro un cielo azul, con luna y estrellas. Y en el caso del águila marina, sobre fondo azul, una representación de caza de un zorro a una liebre, probablemente. El espacio dedicado a los peces incluye un fondo azul, con evidente indicación del agua marina.

     

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Aspectos codicológicos

Sus 154 folios están numerados en época moderna, en fecha ajena a su factura inicial. En algunas partes se aprecia una foliación que debe corresponder a la original. El soporte material es papel, con una tonalidad actual ligeramente amarillenta y partes oscuras desgastadas por su uso. Llama la atención su grosor, que es notable, como si cada página estuviera constituida por dos capas de papel.

La tinta es negra con algunas palabras y frases destacadas en color dorado. También se introduce en el corpus una decoración de soles dorados separando frases, lo que añade una riqueza a la copia.  Incluye reclamos en el margen inferior de cada hoja verso.

 

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La escritura se dispone en trece líneas por página con una letra clara y legible, de estilo oriental cursivo, muy vocalizado. Tiene una distancia interlinear bastante generosa y un máximo de unas nueve palabras por cada línea. Incluye anotaciones al margen.

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Importancia de la obra

Su existencia no ha pasado por alto a los investigadores. Ya en siglo XVII David Colville, interesante personaje escocés, intérprete de árabe de Felipe III que estuvo trabajando durante un tiempo en la Biblioteca de El Escorial, realizó una traducción al latín, manuscrito que se conserva en la propia Real Biblioteca de El Escorial [Ms I-III-18].

En época actual ha sido objeto de estudio por la arabista Carmen Ruiz-Bravo Villasante.

La encuadernación no es original. En algún momento, seguramente en el siglo XVIII, se cambió la original. La actual pertenece al estilo sobrio, sencillo y uniforme de la biblioteca de El Monasterio, en piel de color natural, con la parrilla simbólica estampada en seco en ambas cubiertas.

El manuscrito está digitalizado y se puede consultar en la Real Biblioteca Digital a través de este enlace.

 

La princesa bizantina Ana Comnena, copista del manuscrito Escorial Ω-II-13 (gr. 530)

  Inmaculada Pérez Martín

                                                                  Investigadora científica, ILC-CSIC

                                                          En celebración del 8 de marzo de 2024

En la Edad Media, las mujeres no solían desempeñar tareas profesionales; hacerlo implicaba relacionarse libremente con clientes y proveedores y sin duda esa libertad de movimientos atentaba contra los principios de una sociedad patriarcal. Sin embargo, esta afirmación, que es válida en lo que respecta al conjunto de las sociedades cristianas, occidentales y orientales, no siempre se justifica: en economías precarias como las medievales nadie podía evitar que se impusiera la necesidad y las mujeres trabajaran en la producción y venta de todo tipo de bienes. Por otra parte, cuando en el ámbito familiar se realizaba una actividad artesanal, el padre podía transmitir a su hija los conocimientos necesarios para desempeñarla.

En grupos sociales más privilegiados, algunas mujeres músicas, poetas o pintoras consiguieron que su arte superara las barreras de la convención y llegara al público. Las mujeres aristócratas pudieron desarrollar su capacidad creativa e intelectual gracias a la existencia de ámbitos como el monástico, en los que disfrutaban de la autonomía propia de su lugar en la sociedad y su riqueza.

En Bizancio, en efecto, hubo mujeres muy influyentes en la corte que lo siguieron siendo después de trasladarse a un convento, normalmente fundado por ellas; allí no sólo administraban sus bienes y dirigían la comunidad monástica, sino que utilizaban ese espacio como sede de su mecenazgo, de su apoyo a escritores y filósofos miembros de un círculo vinculado a su mecenas que solía denominarse theatron.

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Creo que así se puede entender mejor las figuras de las escritoras bizantinas, todas ellas aristócratas que encontraron en sus monasterios en Constantinopla el espacio de libertad necesario para crear:

  • Casia, la noble del siglo IX que compuso tanto himnos litúrgicos como epigramas (véase Casia de Constantinopla, Poesía, edición bilingüe de Óscar Prieto, Madrid, Ediciones Cátedra, 2019);
  • Ana Comnena, la hija del emperador Alejo I Comneno (1081–1118), autora de una historia del reinado de su padre, la Alexíada (traducción española de Emilio Díaz Rolando, Barcelona, Ático de los libros, 1989);
  • Teodora Raulena, que a finales del siglo XIII –en una época convulsa para la corte bizantina–, escribió la Vida de los hermanos Teófanes y Teodoro Graptos, dos opositores a la política iconoclasta en el siglo IX.
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Si la figura de Casia está envuelta en las brumas de un pasado muy lejano, de las otras dos escritoras conocemos bastantes detalles de sus vidas, especialmente de Ana Comnena, que es la princesa que nos interesa aquí, porque en la Biblioteca del Real Monasterio de El Escorial se conserva un manuscrito griego copiado por ella. Este es un descubrimiento que he podido realizar recientemente en el marco del proyecto DIGITESC (TED2021-130178B-100), que está llevando a cabo la digitalización, descripción y puesta en línea de la colección de manuscritos griegos de El Escorial, en colaboración con Patrimonio Nacional.

 

Intrigas cortesanas

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Ana Comnena es una princesa “porfirogéneta”, es decir, nacida en la cámara púrpura del Palacio imperial en Constantinopla, como correspondía a los hijos del emperador. En efecto, en 1083, fecha de su nacimiento, Alejo I Comneno llevaba ya dos años en el trono de Bizancio, donde permaneció hasta su muerte en 1118. La madre de Ana, Irene, era una mujer en muchos sentidos excepcional, perteneciente a la noble estirpe de los Ducas. Tras la muerte de su marido, se retiró al convento de la Theotokos Kecharitomene (la Virgen Llena de Gracia, lo llamaríamos en español) que había fundado unos años antes.

En la primera parte de su vida, Ana hizo lo que se esperaba de ella. Con 14 años, en 1097, contrajo matrimonio con el césar Nicéforo Brienio (otro noble escritor de historia, como ella) y tuvo con él dos hijas y cuatro hijos.

En aquellos años, junto a Alejo I dos figuras femeninas habían adquirido influencia política: la madre del emperador, Ana Dalasena, y su esposa, Irene Ducas. El trono debía heredarlo Juan, el hermano pequeño de Ana, pero tras la muerte de Alejo en 1118, madre e hija maniobraron para que quien lo sustituyera fuera el césar Brienio. El complot no salió bien y ambas mujeres se retiraron a la Kecharitomene.

Los frutos del retiro

Ana tenía entonces 35 años y mucho tiempo libre por delante. Pero sobre todo contaba con una mente despierta y con la cultura que había adquirido desde pequeña, escondiéndose en los rincones de palacio para poder devorar un libro tras otro sin que nadie la censurara. Aunque seguramente Juan II, su hermano, la obligó a alejarse de la corte y residir en la Kecharitomene desde 1118, Ana no tomó los hábitos hasta su lecho de muerte, siguió formándose y mantuvo la relación con miembros de la élite culta constantinopolitana: profesores, oradores, poetas, obispos… escritores y filósofos en suma vinculados a ella y a su madre.

La actividad principal a la que se dedicó Ana hasta su muerte hacia 1153 fue la composición de una obra histórica en torno a la figura de su padre, el emperador Alejo I Comneno. La Alexíada es una de las obras maestras que nos ha legado Bizancio y que nos permite conocer con detalle, entre otras muchas cosas, cómo se veían desde Constantinopla acontecimientos cruciales para la historia de Europa como las Cruzadas. La narración nos acerca asimismo a la poderosa figura de la princesa Ana y nos permite valorar sus finas dotes de observadora y la inteligencia con la que una mujer podía conseguir que se la aceptara en facetas tan inaceptables en una mujer como la de escritora. Además de la Alexíada, hemos conservados dos epigramas compuestos por Ana que prueban su sensibilidad estética y espiritual.

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Ana Comnena, copista

Sobre la formación y las preferencias literarias de Ana nos cuenta muchas cosas la Alexíada y de su amplia educación se han hecho eco distintos estudiosos. De los Padres de la Iglesia (que para un bizantino eran fundamentalmente los Padres capadocios en el siglo IV y Juan Damasceno en el siglo VIII), su autor favorito era Juan Crisóstomo (347–407), al que cita sin mencionarlo en numerosos pasajes de la Alexíada.

Pues bien, el fondo griego de la Real Biblioteca del Monasterio de El Escorial conserva un manuscrito de las Homilías a las cartas de S. Pablo de Crisóstomo copiado por una mujer, llamada Ana. Conviene mencionar que se trata de algo excepcional, puesto que sólo conservamos cuatro manuscritos bizantinos copiados por mujeres. Una de ellas ya la conocemos, es Teodora Raulena, quien copió en 1282 un manuscrito con los discursos de Elio Aristides (s. II d.C.), ahora en el Vaticano; otra es la monja María, quien copió en el siglo XIII un schematologion, ahora en Moscú; la tercera es Irene, hija de un miniaturista llamado Teodoro Hagiopetrita, que copió un heirmatologion ahora en Santa Catalina del Sinaí; la cuarta es Ana, copista de la Homilías de Crisóstomo en el Escorial Ω-II-13 (gr. 530).

Gregorio de Andrés, en el volumen III de su Catálogo de los códices griegos del monasterio de El Escorial, pp. 166-168, fechaba el manuscrito en el siglo XIII, pero el estudioso agustino no explicaba por qué, aunque seguramente lo hizo porque en aquellos años (el catálogo es de 1967) era creencia común que sólo en el siglo XIII se empezó a utilizar papel para copiar manuscritos griegos, y el Ω-II-13 es un códice en papel. En el f. 61v se lee la firma de su copista, seguida de dos poemas, que traducimos aquí (la primera línea es una invocación convencional):

“Cristo, ayuda a tu sierva Ana que ha escrito este libro.
Oh corifeo de los apóstoles, Pablo,
protégeme, desdichada, con tu intercesión.
Oh Señora, que proteges las tribus de los mortales,
protégeme a mí también, tú, veneradísima,
con la colaboración del corifeo Pablo,
y también con Pedro y todos los santos.”

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Todo apunta a que Ana no es otra que Ana Comnena. ¿Quién sino ella habría compuesto unos versos invocando la ayuda de S. Pablo y de la Virgen? ¿qué mujer habría emprendido esa costosa y compleja tarea de copia de una extensa colección de textos?

La escritura de Ana es demasiado irregular para pertenecer a un calígrafo profesional y carece de los embellecimientos propios de una escritura de cancillería. Es una escritura funcional, clara y rica en formas, propia de alguien que no ejerce la escritura como profesión pero tiene un dominio sobre su lengua que le evita cometer errores.

Que la copia de Crisóstomo se realizó en la Kecharitomene es finalmente confirmado por la presencia en el códice de El Escorial de un segundo copista que sustituye a Ana en la escritura de algunas líneas (como en el f. 157v) y que tiene un gran parecido con la persona (hombre o mujer) que copió los ff. 122r-128v del manuscrito de París, Bibliothèque nationale de France, Par. gr. 384. Este códice conserva justamente el original del documento fundacional del convento de la Kecharitomene, firmado por la propia Irene Ducas.

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La identificación de la escritura de Ana Comnena es un hallazgo relevante, pero no sólo porque a partir de ahora se puedan identificar otros manuscritos copiados por ella. La copia de las numerosas homilías que Crisóstomo dedicó a explicar las Cartas de S. Pablo a los Romanos, Corintios, Gálatas y Efesios fue un ejercicio de escritura largo y costoso, realizado probablemente a partir de varios modelos que Ana no tendría dificultad en encontrar en la Constantinopla del siglo XII. La importancia del descubrimiento reside así en que viene a confirmar la familiaridad de las aristócratas bizantinas con los libros y con la lectura y, a través de ellos, con la libertad de pensamiento que suele apelar en nuestras mentes la página escrita.